Fe, Esperanza y Caridad en el Ministro
Catecismo de la Iglesia Católica:
Las LAS VIRTUDES TEOLOGALES se llaman así porque se centran en Dios mismo y es Él quien las infunde en el alma de los fieles para hacerlos capaces de obrar como hijos suyos y merecer la vida eterna. Estas virtudes fundan, animan y caracterizan el obrar moral del cristiano. Cf.: 1Cor.13,13.
1º La fe: es una virtud sobrenatural que nos inclina a creer todo lo que Dios ha revelado y la Iglesia nos propone como tal. La fe es un don de Dios, que la infunde en nuestras almas.
2º La esperanza: es una virtud sobrenatural infundida por Dios en nuestra alma y por la que confiamos y esperamos en la infinita misericordia divina. La esperanza cristiana es una consecuencia de la fe.
3º La Caridad: es una virtud sobrenatural por la que amamos a Dios por Sí mismo, es decir, por su infinita bondad y al prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios. La caridad se llama también amor a Dios y al prójimo, es el gran mandamiento que Jesús dejó a sus seguidores. Vale decir, amar a Dios en la persona de nuestros hermanos.
La Fe. La Esperanza y la Caridad
En el Ministro Extraordinario de la Eucaristía
Sintesis de: Mitch Finley; "La alegría de ser ministro de la Eucaristía"; Edit. San Pablo; Argentina 1999.
La FE del ministro extraordinario de la Eucaristía
Para todo cristiano católico, la fe no es creer en algo, sino conocer creer y amar a Alguien, es fundamentalmente una relación personal, no es una aproximación intelectual o filosófica, ni una experiencia psíquica solamente, ni siquiera un creer en algo que la Biblia dice que hay que creer, sino la experiencia de una persona: Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios hecho hombre, la tercera persona del Dios uno y trino, que llega realmente en su cuerpo, alma y divinidad en la Sagrada Comunión.
La fe eucarística es algo más que la sola Eucaristía. Cuando celebramos la Eucaristía, celebramos la fe - es decir una amorosa intimidad con Dios y con su pueblo- que nos esforzamos y pedimos la gracia de poder vivir todos los días.
En la Eucaristía encontramos la máxima unión entre lo santo y lo ordinario, porque esto es el misterio de la encarnación, de la misma manera la fe eucarística esta constantemente condicionada por la misma unión, la perfecta transformación del pan de cada día y del vino en la persona total de Cristo resucitado. Este es el corazón de la fe eucarística en este mundo de lucha.
Vale la pena preguntarnos si ¿hay algo excepcional en la fe de un ministro de la Eucaristía, algo diferente de la fe de los demás católicos? La respuesta es no y también si. La fe de un ministro de la Eucaristía es la misma que comparten todos los miembros de la Iglesia. Al mismo tiempo, como toda relación humana es única, porque cada persona es única y se relaciona con Dios con su propia personalidad. Agreguemos a esa personalidad única el hecho de ser ministro de la Eucaristía: debemos concluir que la fe de un ministro es única porque es única su relación personal con la Eucaristía.
Si el ministro de la Eucaristía tiene un talento especial para dar al mundo, quizá sea el de ser, sobre todo, consciente en todo momento de la presencia de Cristo resucitado en su corazón y también, siempre y al mismo tiempo, en lo más profundo del corazón de la gente. Por eso la fe de un ministro de la Eucaristía encuentra siempre motivos para dar gracias.
La ESPERANZA del ministro extraordinario de la Eucaristía
Es particularmente apropiado hablar de la esperanza de un ministro de la Eucaristía, porque la Eucaristía nutre la esperanza de una manera muy especial.
La esperanza puede y debe existir en todas las circunstancias, pero se hace más reconocible y llega a su grado de máxima realidad cuando la vida parece más desolada. Por eso es en los enfermos y en los moribundos donde se ve más claramente el poder de la Eucaristía para alimentar la esperanza. Cuando estamos enfermos o en peligro de muerte, nosotros recobramos la esperanza por la Eucaristía, justo en el momento en que la vida parece que ya no tiene sentido o ha llegado al límite de la existencia. Pocas palabras, un trozo de pan, unas gotas de vino, realidad sensible que esconden y comunican una realidad mucho mas perfecta, la de la presencia de Jesús en su cuerpo, alma y divinidad que sale a nuestro encuentro para confortarnos y alimentaros con su
amor en la realidad humana difícil y hasta desesperada, tanto en esta vida como en la próxima en la que ya nada habrá que esperar.
Cuando llevamos la comunión a una persona enferma o moribunda, compartimos con ella el conocimiento que proviene de una esperanza autentica, esa luz del Espíritu que alimenta la esperanza que va mas allá de esta vida y por eso el ministro de la Eucaristía debe cultivar la habilidad de mirar más allá de las apariencias, de las perspectivas superficiales. A veces nos olvidamos de que la Eucaristía es la misma experiencia de la Última Cena que Jesús compartió con sus discípulos en el umbral de su terrible pasión y muerte.
La esperanza del ministro de la Eucaristía es la misma esperanza, que viene del poder de la resurrección, que nosotros compartimos cuando damos la comunión a los demás. Nuestra fe y esperanza, se alimentan de todos modos de la caridad, del amor, que es la realidad fundamental y centro de la creación, la más profunda en toda persona, la realidad esencial en la cual "vivimos, nos movemos y existimos" (Hech. 17,28).
La CARIDAD del ministro extraordinario de la Eucaristía
En el sentido cristiano, el amor no es primeramente una emoción, sino un acto de la voluntad. Cuando Jesús dice que tenemos que amar a nuestro prójimo, no dice que tenemos que amarlo en el sentido de sentir por él algo emocional e íntimo... En las palabras de Jesús, se nos dice que podemos amar al prójimo sin necesariamente gustar de él. El hecho de que guste puede hacer de nuestro amor un sentimentalismo sobre protector en lugar de una honesta amistad.
Yendo a la raíz de la palabra "Caridad", descubrimos que se refiere al amor benévolo de Dios hacia nosotros y del mismo modo al amor de los unos a los otros. Este es el amor o caridad, que es la joya de la corona de virtudes teologales, fe, esperanza y amor/caridad.
Este es el amor que san Pablo tiene en mente en su famoso himno a la caridad en 1Cor. 13,13. En cuanto ministros de la Eucaristía, estamos llamados a amar como Jesús amaba, lo que no significa que estemos llamados a ser amigotes de todo el mundo. Para las visitas a domicilios, hospitales o asilos, se deben distinguir entre el saludo cordial y la acogida de la celebración ritual, ya que se trata de dos cosas totalmente distintas, ya que el rito de la comunión a los enfermos y ancianos es una de las maneras más notables de comunicar el amor de Dios a aquellos a los que servimos.
Como ministros de la Eucaristía estamos llamados a ser instrumentos del amor de Dios para aquellos que se acercan a comulgar, especialmente cuando lo hacemos con aquellos que no pueden participar de la Santa Misa. A menudo esta gente tiene la necesidad de alguien que los escuche. Podemos estar tentados de llegar y partir cuanto antes sin dar lugar a la escucha del enfermos. Cada visita debería tener cuatro partes: 1 -Entrar en contacto con el enfermo, 2- liturgia de la Comunión, 3- unos minutos para estar con la gente en la casa y 4- el tiempo para dar una bendición informal y despedirnos.
Un ejercicio pleno de éste ministerio implica hacerlo con el corazón lleno de amor de Dios, cosa que requiere un tiempo de oración cotidiana. Es importante para el ministro de la Eucaristía aferrarse con las dos manos a la verdad de que nadie puede amar a los demás si no se ama a sí mismo. Lo importante es descubrirse y amarse a si mismo como amamos a los demás descubriéndonos y descubriendo al otro como un don de Dios enviado a este mundo para estar con los demás y para los demás.